Existen quienes piensan que hace millones de millones de años, los gatos vinieron a este planeta en busca de algo que les causaba mucha curiosidad. Algunos gatos, precisamente por esa necesidad de saciar la curiosidad se quedaron aquí para siempre. Otros volvieron a sus planetas por la curiosidad de saber que había sucedido en su ausencia. Y la comunicación entre ambos planetas siempre quedó abierta.
Así fue como en un día lluvioso de enero, el capitán del escuadrón Colibrí, D, aterriza en las faldas de alguna montaña tropical de este hermoso planeta.
Recibido por una increíble tempestad, descubrió lo que era empaparse antes de conectar con el maravilloso bosque del chocó tropical. Su caminata por el bosque había empezado sin dirección alguna y siguiendo su instinto natural de exploración. Su apariencia era única, llevaba consigo un bolso pequeño y cruzado para guardar aquellos detalles que mas llamasen su atención. Usaba también un cinturón donde tenía un lanzallamas, un objeto que además usaba para flamear pavos.
Sorprendido con un nuevo olor en su cerebro, el de tierra mojada, se tomó un tiempo en medio de dos copales para simplemente “oler”. D cerró sus ojos, levantó su adorable cara y dejó que las gotas de lluvia lo mojaran lentamente. El olor era tan agradable que era inevitable ronronear.
De pronto sus patitas empezaron a abrirse y cerrarse de manera muy suave, como si quisiera agarrar algo. Las patitas traseras (sus pies) hacían lo mismo pero con la tierra. La sensación era muy placentera para D, el agua, el olor, la textura y el viento que golpeaba su rostro eran la razón por la que había cruzado el universo entero.
Con una sensación de agradecimiento volvió a caminar, dió un paso, dió dos. Notó algo muy extraño en el piso junto a su patita. Tenía una forma muy rara. Era redonda, dura y con texturas muy onduladas. D la tomo con su patita delantera y la vió con mucha intriga. El no sabía que por primera vez en su vida estaba tocando a una nuez. Y bueno… quien podría habérselo dicho, estaba solo y todo era nuevo para él.
Agitó la nuez, escuchó que algo había dentro de ella. Pensó que tal vez y llevaba vida por dentro, como todos. Así que cuidadosamente la guardó en su bolso y siguió caminando. Con frecuencia revisaba su bolsa a ver si su nuevo amigo aún estaba ahí.
Su caminata lo llevó a escuchar algo distinto al sonido de sus pies restregándose con la tierra mojada de cada paso que daba. Un ruido muy extraño empezó a sonar en sus oídos. Sus orejas se pararon inmediatamente y D agachó su hombro como si estuviese en estado de alerta.
Mientras mas avanzaba mas fuerte sonaba el ruido. Notó que si retrocedía, sonaba menos fuerte. Así que decidió avanzar y dejarlo sonar, con toda la fuerza que deba sonar. Caminaba y el sonido era tan fuerte que empezaba a retumbar. Todo era intriga hasta que llegó a una cascada. D estaba viendo por primera vez un río y encima de el a una cascada que con fuerza parecía llenarlo.
Se maravilló, como nunca lo había hecho. Consideró apropiado sacar de su bolso a la nuez para que pudiese maravillarse también. La cascada estaba acompañada de un arcoíris muy vívido que dejaba de lado al sonido intenso que había. Ahora estaban solo D y la nuez, contemplando su primer arcoíris.
La noche no tardó en llegar. El instinto de D le obligaba a descansar en algún sitio con altura, lejos de la que de noche sería, la peligrosa tierra mojada. Subió a la copa de un árbol y encontró un espacio muy cómodo para pasar la noche. Su visibilidad nublada había cambiado rápidamente. El cielo se había despejado y la luna, la luna estaba llena y gigante. Si, la misma luna que seguramente alguien en su planeta también estaría viendo en este momento. Muy agotado por la exploración del día, sacó a la nuez de su bolso para que pueda apreciar a la luna también. Juntó sus patitas a su pecho y cerró sus ojos para dormir.
Al día siguiente despertó D. Con mucha hambre. Su instinto de caza lo bajó del árbol de inmediato, pero primero agarró su nuez y la metió en el bolso. No sabía de que se alimentaría, no conocía mucho del medio donde estaba. Empezó probando la tierra mojada que tanto pisaba, si aún no le había hecho daño, tal vez podría comerla.
La probó.
Su sabor era extraño.
La volvió a probar.
Definitivamente la tierra mojada no era algo muy comestible que digamos.
Decidió volver a caminar hacia el río. Era después de todo la ruta que ya conocía.
Así que caminó guiado por su instinto y obviamente el ruido que ya tenía una procedencia y ya no era un ruido desconocido. El del río.
Cuando llegó, se acercó a la orilla. Con mucho cuidado empezó a tomar agua. Tenía mucha sed. Pensó que seria una buena idea dejar su bolsita en alguna piedra para entrar un poco mas al agua. La dejó.
Poco a poco empezó a jugar a sumergirse y nadar. Estaba muy feliz. Pensó que esta felicidad debía compartirla con alguien. La nuez.
Fue por la nuez. La tomó con su patita. Entraron al río. Nadaron. Se refrescaron. D vió mas seres vivos debajo del agua. Peces.
Salió del río con la nuez en la mano. La puso junto a su bolsita. Debía volver a explorar a estos seres vivos. De donde venía los peces eran el alimento principal de la pirámide alimenticia de esta especie felina. Lo servían de distintas maneras, cocinado, crudo, enlatado, conservado. Era la principal fuente de energía de los felinos y la primera coincidencia de la exploración de D.
De inmediato su experiencia como capitán del escuadrón Colibrí lo guió por la caza de su alimento. Primero debía observar y concentrarse fuera del agua. Luego debía ubicar a su presa. Respirar. Inhalar. Exhalar. Inhalar mas lento. Exhalar mas lento.
Y de un salto repentino y preciso entrar como una flecha cuya punta estaría conformada por su patita delantera derecha. En su trayectoria sacaría las garras de sus patitas para adherirse a su presa.
Así fue como D consiguió su desayuno y el de la nuez.
La exploración sería un éxito siempre que haya curiosidad. Y D la tenía. Tomó a su amigo, lo puso en su hombro y siguieron el camino del bosque.
Pasaron por lugares muy surreales para cualquier ser vivo. El camino de las orquídeas silvestres, los gigantes arboles que por su altura traían la noche a cualquier hora del día. Todo era nuevo para D. Incluso este sentimiento que se estaba formando dentro de el. El amor.
Caminaron horas sin llegar muy lejos y sin la prisa del no tener un destino. D disfrutaba mucho del verde y sus tonalidades y pese a que tornaba muy repetitivo el paisaje, para el cada hoja tenía algo que le hacia detenerse a contemplarlo. Esa concentración que ponía en cada momento le permitía seguir viendo mas allá. De repente la exploración cambió de rumbo y D se empezó a adentrar en el verde del bosque y poco a poco su instinto lo llevó a seguirle la pista a una raíz.
Esta raíz se conectaba con un mundo de raíces debajo del imponente árbol que exploraba, era una palma caminante, que para suerte de D había decidido estar quieta por un par de años antes de volver a moverse hacia algún lugar.
Así que nuestro capitán del escuadrón Colibrí y su curiosidad decidieron adentrarse en este mundo nuevo de raíces, donde la luz del sol llegaba de manera parcial y el piso se movía de tanta vida que había en el. Era un mundo de nuevos insectos que habitaban esta parte del universo. Desde todo tipo de hormigas, gusanos, saltamontes, ranas, sapos y culebras, todo absolutamente todo se movía.
D estaba intrigado y con mucho miedo. Decidió guardar a su amigo nuevamente en la bolsa mientras le daba un golpecito como queriendo darle la confianza a la nuez de que estaría todo bajo control.
Llevó su patita a la boca, primero para lamerse antes de la misión en la que el mismo se había metido. Luego de lamer su cara presionó con su otra patita un botón que estaba en un brazalete que llevaba puesto. El botón sonó. La exploración se tornaba mas seria.
D arrancó su caminata, en cuatro patas para estar alerta siempre. El olor de la tierra mojada volvió a su memoria junto con la textura del lodo y las hojas secas. Sabía que tenia que moverse con mucho cuidado. Sin embargo tenia mucha información nueva en su cabeza y no sabía como eran las serpientes. Hasta que piso una.
Afortunadamente los reflejos de D eran formidables, no en vano era el capitán de la famosa unidad Colibrí. D logró saltar y alejarse del peligro en un salto maravilloso de esos que solo los gatos saben hacer, logrando así salir del mundo raíces.
Finalmente llegó a tierras mas seguras, momento perfecto para sacar nuevamente a su amigo Nuez a la luz y decirle que ya esta todo bien, están a salvo.
D se sienta en una piedra que estaba cerca. Abre su bolsita.
Mete su patita.
Su amigo estaba roto en pedazos.
Al parecer algún movimiento de la zona raíces termino por romper a la nuez.
D comenzó a sentir angustia.
Metía sus patitas y solo sacaba mas pedazos de nuez.
Cuando finalmente los sacó todos y pudo tener a su amigo en sus dos patas, se tiró al suelo y empezó a gemir de tristeza. Era su manera de llorar.
Después de un rato de contemplar a suelo amigo y de poder despedirse, lo volvió a meter en su bolsita. Hizo un hueco en la tierra mojada y lo enterró con la bolsa, tal como lo hacen en su planeta. Con su patita presionó la tierra para que cuidar lo que quedaba de su amigo y siguió con su camino.
Llegó la noche y nuestro capitán había vuelto a subir al mismo árbol de la noche anterior para descansar. Se sentía muy solo. Se fue a dormir.
Al día siguiente, cuando despertó, notó algo muy extraño.
Vió nuevamente a su amigo viéndolo dormir. Pero no era solo uno, eran muchos.
D había estado en un árbol de Nogales y recién lo había notado.
El árbol estaba a reventar de frutos, tenía nueces por todos lados, nueces que por la noche no se podían ver pero que durante el día, si.
D, no tocó ninguna nuez. Simplemente les mostró su respeto y prometió cuidarlas por el resto de sus días en la tierra.
Y así fue como D se quedó unos días mas a vivir en el árbol de nogales. Un árbol que le daba mucha sombra y lo alejaba del peligro del intenso bosque que lo cercaba.
Su exploración no había terminado, solo le dió una pausa.