Es lunes 15 de diciembre y su regalo de navidad eran los últimos lentes de aviador que se habían puesto de moda. Tenía 13 años, y Juan había sobrevivido a su primer año en esta jungla salvaje, el colegio, y él era muy consciente de su puesto en la pirámide social.
Sebas, el “buller” del año, pensó que sería muy divertido romperle los lentes nuevos a Juan; algo que no le pareció muy gracioso al papá de él, de Juan.
Papá
“Con esos lentes terminas el año, no compraré otros”
Pero el problema ya no eran los lentes con sus lunas totalmente rayadas que no lo dejaban leer ni el padre nuestro; sus compañeros lo habían convertido en el objeto de sus burlas.
El miedo era algo evidente en Juan, siempre llegaba a casa a quejarse de su colegio y la manera en que le hacían la vida imposible por simplemente existir. Era increíble como en un par de días la felicidad de un chico con sus lentes nuevos, se había transformado en una pesadilla.
En casa la única solución era más que obvia, era un problema que se iba a solucionar con un puñete, algo que Juan en su vida había practicado con otro ser humano.
Así que llegado el momento del acoso, Juan sorprendió a todos con un imperfecto golpe de puño apuntado directamente hacia alguna parte del rostro y que para suerte de él, pegó en la nariz de su acosador, haciendo que inmediatamente empiece a sangrar de una manera muy grotesca.
Luego de quedarle muy adolorida la mano a Juan, el acoso paró y un nuevo peleador había nacido en el mundo. Para Juan, de ahora en adelante cada año tenía que pegarse con alguien como una especie de tradición que su tía había sembrado en él.
De esta tradición todos sus compañeros eran parte, a inicios del año solían cruzarse los meñiques a manera de una promesa de pelea en algún momento del curso. Cuando llegaba el momento ya ninguno podía escapar o hacerse el loco, su reputación de heterosexual se jugaba si algo así llegaba a pasar y vaya que eso si era una ofensa muy grande en esa época, la de los 15 años.
Así que, sin pensarlo y con toda la confianza del mundo, Juan unió meñiques con Carlos Restrepo, el mayor puñetero del colegio, el que amaba el olor a sangre y que además entrenaba muy duro al box todas las tardes. Era una leyenda de todos los pabellones, incluso en el de los chicos de sexto curso; se corría el rumor de que su abuela le había enseñado a disparar.
Definitivamente una presa para Carlos, quien lo veía de manera apetitosa a la cara mientras sus meñiques se entrelazaban de la manera más seria posible. Vaya manera de empezar el nuevo año lectivo de segundo curso para Juan.
Pasaron muchos meses del año colegial y Juan no tenía la paz mental que esperaba tener con la confianza que había adquirido golpeando el año pasado a un “buller”. Vivía con la incertidumbre de cuando sería su golpiza, la que recibiría obviamente.
Eran las 7am de un viernes no cualquiera de agosto. Juan preocupado por una tarea que no había podido terminar, había omitido su situación bélica colegial. Si, y justo ese día Carlos despertó con ganas de matar a alguien, en el sentido sano de la situación.
Y así fue que mientras Juan iba a su clase, en la mitad del patio central, escuchó un grito muy seco con su nombre; era Carlos anunciando la batalla de hoy a la salida.
El colegio entero escuchó el llamado. Se alborotaron los de sexto. El dirigente con un silbato intentaba controlar a mas de 100 bestias con ganas de hacer todo menos estar ahí.
Pasaron las horas, llegó el recreo, los compañeros de Juan solo pasaban a decirle que hoy iría a morir. Vaya día para Juan y ni siquiera eran las 10 de la mañana.Pero hay algo que era Juan y no precisamente un peleador nato. Juan creía, creía en un Dios en todo lo alto que lo cuidaba y lo escuchaba siempre en sus oraciones. Y hoy no sería la excepción.
De repente empezaron a sacudirse las lamparas del aula de clases, pero lo hicieron con mucha fuerza, tanta que todos decidieron salir sin calma y corriendo por la puerta mientras gritaban “temblor” con todas sus fuerzas para que no haya persona que no sepa lo que sucede.
Así evacuaron todas las aulas de clases y todos los mas de mil alumnos del colegio se dirigían a la única puerta que tenia el colegio. Se aglomeraron tanto que no pudieron salir. Unos se asfixiaron mientras la tierra seguía temblando con mas fuerza.
Juan, quien no entendía lo que pasaba pero si sentía algo de responsabilidad, corría por los pabellones sin saber a donde ir. Sintió mucha curiosidad al escuchar un acelerado y agitado Padre Nuestro que venía de una de las aulas.
Mientras el temblor aumentaba su intensidad y con mucha curiosidad, entró al aula y vió a Carlos, su rival de hoy; muy frágil y tembloroso, rezando para acabar con esta situación.
Carlos
“Juan, nuestra pelea queda cancelada… para siempre.
Juan, entre consternado y feliz, solo pudo ver al cielo y agradecer lo vivido. Tal vez y no era la manera de parar la pelea, pero al menos su “heterosexualidad” no se vio afectada.

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