En mi primer viaje al Medio Oriente descubrí distintas maneras de vivir y personajes con historias bastante surrealistas que más adelante pude llamarlas “Realismo mágico”. Desde subirme al bus con mi atrevida ignorancia, sentarme en los asientos de adelante y ver como un montón de mujeres vestidas de negro y con las caras tapadas se paraban alado mío como si estuviese haciendo algo ilegal hasta recibir besos en las mejillas como señal de educación y respeto de parte de los hombres, entre otras mil y un anécdotas que me regalaba el día de 24 horas. 
Siempre voy a estar agradecido con esa etapa de mi vida en la que un país del Medio Oriente del que lo único que sabia era su nombre -Kuwait-, me abría la puerta para desarrollarme como un profesional y enseñarme lo que en ese momento necesitaba tanto aprender. 
Y así, luego de un viaje tan largo, me había cruzado el charco. Mi última escala en camino a Kuwait ya ni siquiera tenía señalizaciones en inglés, todo estaba en árabe. Incluso se habían añadido unos baños increíbles sin papel higiénico pero con una pequeña manguera que no estaba dispuesto a probar en ese momento. 
Me embarqué en mi último vuelo donde la paleta de colores se resumía a blanco y negro; y yo, el único pasajero vestido de manera informal y colorida, definitivamente, un latino. Mi llegada estuvo bendecida con más de 50 grados de temperatura, un calor que en mi vida había sentido. 
En mi primer día en la oficina había recibido una fraterna bienvenida con mi nuevo nombre pegado en la pared “Welcome Javo” -pronunciado Yavo-; así es… desde ese día mi nombre empezó a ser “Yavo”. Conocí a todos mis compañeros y a mi equipo de trabajo. Entre ellos estaba el gran Muhammad, encargado de los recursos humanos de la compañía, de los pagos, de las nominas, del bienestar laboral y de todo eso que aleja a la empresa de un Centro de Reformación Social. 
Como es usual en cualquier sitio, tuve la oportunidad de salir a cenar con cada uno de los compañeros, para conocerlos y para que conozcan más de mi y de mi cultura. El día que salí a cenar con Muhammad fuimos a un sitio muy típico de allá a comer “majbooj”, un delicioso arroz con lentejas y alguna proteína estofada encima. Nos sentamos en una alfombra del restaurante a comer con las manos.
Luego de enseñarme las técnicas y etiquetas para comer sin cubiertos y de contarle sobre mi religión y mi amor por el cerdo y las bebidas alcohólicas, me habló sobre como conquistó a su esposa. 
Quince años atrás, había llegado de Egipto en busca de una oportunidad en el país cuya moneda era la más valorada del mundo de las monedas, Kuwait. Para ponernos en contexto un dinar equivale a más de tres dólares. Muy tentador el sueño para Muhammad. 
Cuando llegó vivió un tiempo con su tía, quien trabajaba de profesora en un jardín de infantes para niños bien. Su relación con ella era muy cercana y compartían mucho tiempo juntos. 
Un día, Muhammad seriamente le dice a su tía que ya estaba listo. Con solo 22 años, estaba listo para conocer a alguien y casarse. 
Su tía justo tenía una amiga en el jardín de infantes con una sobrina que también estaba lista. Con 20 años de edad, estaba lista para conocer a alguien y casarse. 
Así que organizaron una reunión para conocerse. 
La noche anterior al encuentro, Muhammad no había podido dormir pensando en el futuro amor de su vida; ¿Sería bonita? ¿Sabría cocinar? ¿Sería una buena mamá?, muchísimas preguntas le habían quitado el sueño esa noche. 
Llegó finalmente el día, Muhammad había salido temprano de la oficina; le había comentado previamente a su jefe sobre este momento que iría a vivir y él le dió permiso para salir antes de su hora de salida. Sus compañeros no dudaron en ruborizarlo y aconsejarle que pase antes por un barbero. Uno de ellos incluso le prestó una corbata para que se vaya bien arreglado. 
Llegó a la casa de su posible futura esposa -Razan- lleno de nervios e incertidumbre, y con su tía, que de la mano lo presentó ante el papá de Razan. 
Cuando Muhammad conoció a Razan solo pudo pensar en que una de las preguntas que más le preocupaba estaba resuelta finalmente. Sí, ella era bonita. 
Pasaron una noche divertida entre café, té, dulces y mucha comida. Muhammad había  conversado con toda la familia presente; desde el sobrino de 10 años que jugaba al FIFA, hasta el tío de 75 años que se había enamorado del tocino cuando visitó Estados Unidos hace algunos años. Habló con todos menos con Razan.
Al día siguiente en el desayuno, vendrían las preguntas. La tía de Muhammad vivía con su esposo y sus dos hijos de 15 y 16 años, dos hombres en la edad mas curiosa y caliente del ser humano, la pubertad. 
Tío 
¿Y qué tal ayer? ¿Te gustó la chica?
Tía
Ayer estabas muy parlanchín, Muhammad. 
Muhammad
La verdad es que… nunca pude hablar con ella.
Tía
Es una pena, debemos organizar otro encuentro para que puedan conocerse. 
Y así fue que Muhammad y su tía regresaron a la casa de su amiga para volver a realizar este encuentro. Esta vez, la tía se iría a la cocina a preparar hojas de uva, cosa que tomaba tanto tiempo, considerándose una actividad para quitarse el estrés y vivir el presente. 
Muhammad y Razan se quedaron solos en la sala aquella noche. 
Muhammad 
Yo no te conozco y tú no me conoces. Yo te diré mis pros y luego te hablaré de mis contras. Luego tú harás lo mismo. Y al final decidimos si nos casamos, ¿te parece?
Razan aceptó el trato de Muhammad sin saber que incluiría más de 15 años de matrimonio, tres hijos y una casita en aquel país que les abrió tanto las puertas. 














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