Era un 1 de abril del año 2000 y no era nada mas que un sobreviviente del Y2K de tan solo 12 años de edad, a punto de entrar a una jungla donde viviría seis de los años mas memorables de mi vida.
No recuerdo con exactitud mi primer día en el colegio Javier; pero me gustaba la idea de ir al clases en jean, camiseta y los zapatos que yo quisiera. Venía de una escuela mucho mas estricta donde el uniforme era algo que se respetaba.
Entre la novedad de tener por primera vez un casillero y de estudiar sin mujeres, había hecho un par de amigos, introvertidos como yo y con nervios de socializar, unidos por los tazos de Pokémon y las historias de Goku.
Era mejor estar en el grupo de los nerds a estar siempre solo, sobre todo en los recreos, donde por no saber patear un balón de futbol mi futuro estaba asegurado lejos del grupo de los seleccionados del colegio, los chicos “cool”, esos que si lograban interactuar con mujeres.
Un día uno de esos seleccionado nos invitó a todos los de la promoción a una fiesta de cumpleaños en su casa. Nunca había estado en una fiesta. Me preguntaba si tenia que llevar un regalo, si habría comida.
Mis hermanas emocionadas con mi primer evento social me peinaron y me dejaron muy guapo. Me puse mi camiseta nueva y todo listo. En la fiesta “bailé” con una chica, y lo pongo entre comas por que bailar nunca ha sido algo que precisamente se me dé a mí. Dos horas después mi padre me recogió en la fiesta y el cuestionario de preguntas no se hizo esperar en el auto. Yo no sabia si la había pasado bien o mal, solo tenia mucha hambre, por que efectivamente no había comida.
Mi colegio era enorme, tenia muchas canchas de futbol y hasta un cerro. También tenia un fotógrafo, Alfredito, dueño de uno de los dos bares y de una pasión por registrar la historia del colegio con su cámara y pegar las fotos en una cartelera. Nos emocionaba ver la cartelera cada lunes para ver las fotos de la semana. Era mas emocionante luego de la “kermesse”. También esperábamos con ansias la edición anual del “Javier deportivo”, una edición anual de nuestravida colegial.
Un año decidí correr la maratón del colegio, esos 2k se veían como todo un reto para un gordito de 15 años que solo quería que llegue la navidad. Alfredito con su lente capturó una foto mía donde se veía el cansancio por haber salido de mi cama aquel sábado. Ese año estuve a punto de ser carne para los acosadores, “lo importante no es ganar sino competir, Javier Martínez un ejemplo de ello” y mi foto corriendo con la lengua afuera daba material para ser “bulleado”
Aún recuerdo las palabras de Alfredito cuando me quejé por haberme sacado así en la foto “en esa foto yo solo veo un grande, cual es el problema?” Lo comprendí muchos años después.
Incluso cuando corrí una media maratón.
El Javier me regaló momentos de todo tipo y una gama de amigos con los que aún recuerdo cada una de estas anécdotas dentro y fuera del colegio, durante clases o incluso en las vacaciones.
Un día de vacaciones me visitaron Ernesto y Andrés en la casa, teníamos 15 años y buscábamos desesperadamente compartir nuestras botellas de alcohol con chicas o simplemente que hayan mujeres en nuestras colectas, también llamadas “vacas”.
Habían pasado uno o dos días de mi cumpleaños y yo estrenaba zapatos. Andrés y Ernesto con sus looks peculiares de chicos “bien” del Javier. El plan era sencillo, ir a ver a Carlos al estadio donde entrenaba para la selección del Guayas y salir con algunas chicas del equipo femenino.
Andrés con sus gafas Ray Ban y Ernesto con sus Polo, un viernes a las 4 de la tarde, en un bus de la ciudad de Guayaquil. Tomamos un bus desde mi casa, la línea 63, que nos dejaría en el estadio. Al pie. Llegamos sin novedades y recogimos a Carlos.Como era usual en nosotros, chicos que no sabían interactuar con chicas, nuestro plan había fallado y Carlos no era el “lover” que decía que era.
Eso no iba a dañarnos la tarde de ebriedad en algún parque de Guayaquil y salimos del estado a caminar buscando un destino para tomar nuestros “pedros”. El Pedro coco estado una bebida alcohólica con sabor a coco, perfecta para nuestros bajos presupuestos de la época.
Nos dimos el lujo de salir a caminar con Carlos y su gigante mochila donde llevaba de todo, hasta zapatos en caso de tener una fiesta improvisada. No caminamos mucho para que aparezca el personaje con el que se empezarían a generar mis paranoias ante la seguridad de la ciudad. Era un chico muy flaco con tatuajes en la cara y ropa “oversized”, que en esa época no estaban de moda como ahora.
El chico se acercó de manera muy amable a pedirme $3 para el carro. En mi lógica, como yo tenia un billete de $5 le dije que no tenía, que solo cargaba un billete de $5 y que le pida a Carlos que el si tenía monedas, yo había visto.
Nuestro grupo de 3 amigos ahora tenía un nuevo integrante y lo notamos cuando sacó un cuchillo, de esos grandotes para matar vacas, y lo apunto en la barriga de Carlos. Hasta ese momento no imaginábamos que estábamos ante un asalto, por eso el ladrón lo recalcó con sus palabras.
“Esto es un asalto, van a caminar conmigo o sino le clavo este cuchillo a Carlos”
Sabía ya nuestros nombres y por supuesto tenia que haber cercanía si no quería que la policía sospeche. La policía debió sospecharlo, era muy evidente la diferencia. Así que confundidos y con muchos nervios decidimos caminar con él, consientes de que no estábamos en camino a tomarnos el “Pedrito coco” que tanto queríamos.
Como la diferencia entre el ladrón y nosotros se marcaba, cada vez que pasaba alguna persona, el nos obligaba a ser su amigo y nos hacia preguntas que no sabíamos responder
“Bueno amigos, que bus me lleva al sur”
Afortunadamente Ernesto si sabia
“La 2”
Y el ladrón no se tomaba nada bien sus respuestas
“Que te calles!”
Así que seguimos caminando mientras oscurecía la tarde. Llegamos a una escuela que estaba vacía, sus horarios eran diurnos. El plan del ladrón era meternos en esa escuela y robarnos todo con el cuchillo. Primero subió Carlos, luego Andrés, luego yo. Ernesto nunca tuvo habilidades deportivas así que el ladrón la hizo pata de gallo para que pueda subir.
Cuando veíamos la escena desde adentro de la escuela, del ladrón ayudando a Ernesto a subir, nos reíamos a carcajadas, todos incluyendo al delincuente. Entendí por que nos estaba robando así tan fácil.
Tirados en el piso sobre una pared, el ladrón nos robó uno a uno. Empezó con Andrés que estaba primero en la fila.Sus gafas Ray Ban fue lo primero que el ladrón se llevó junto al dinero de su billetera.
Amablemente le dejó sus documentos. Luego fue mi turno y lamentablemente mis zapatos favoritos le quedaban perfectos, se los llevó. Luego vino Carlos, con quien se tomó el tiempo de revisar cada item de su mochila, era muy pesada. Sin embargo el ladrón necesitaba también una mochila para llevar sus nuevas cositas, así que se la llevó. Le tocaba a Ernesto, quien literalmente hablando solo tenia su celular y $10 para el Pedrito. Su celular era de marca china y lo regalaban con la operadora “low cost” de esa época “Alegro”. El ladrón le dejó el celular para que podamos pedir un taxi.
Y así, en medias, se fue nuestro delincuente. Dejándonos con otro problema, estábamos en una escuela privada de noche y en cualquier momento algo iba a pasar si no salíamos de ahí. Tomamos un taxi, llegamos a casa de la abuela de Ernesto. Todos rieron. Llegué a casa. Todos rieron. Contaba la historia. Todos reían. Al final esta historia terminó siendo un chiste para todos, incluso para nosotros.
Solo Ernesto volvió a saber del ladrón. Se lo volvió a topar un par de veces en la calle. Se reconocieron y no volvió a robarle. Luego de verlo con frecuencia hasta le pedía dinero.
“Gordo apóyame para el carro”